miércoles, 25 de abril de 2018

Sandra López


NO  OLVIDES  EL  PARAGUAS.


Marta estaba lista para salir. 
Volvió a mirarse en el espejo. 
Su atuendo era impecable. Su cabello estaba radiante.
-Todo en orden- pensó.
Salió de su habitación, se dirigió a la cocina y preguntó a su madre:
-¿Qué tal luzco?- al tiempo que daba un giro sobre sus lustrados zapatos.
Su mamá la miró sonriente y solo respondió:
-No olvides el paraguas- mientras señalaba la ventana.
Marta miró hacia afuera, apenas se veía una llovizna finita, pero seguro iría en aumento.
Su madre tenía razón debía llevar el paraguas para detener la lluvia.
Giró sobre sus talones y apretando fuerte en su mano el preciado objeto se dispuso a salir.

Este pequeño incidente me hizo reflexionar.
Un elemento sin el cual no deberíamos comenzar nuestro día.

Así como el paraguas es necesario para cubrirnos y resistir la lluvia, así también no deberíamos olvidar nunca nuestro escudo de la fe.
Más cuantas veces salimos de nuestros hogar sin tomar nuestro escudo de fe.

Nos vestimos apropiadamente, leemos nuestra Biblia y hasta oramos.
Pero nos falta ese complemento tan necesario para enfrentar los dardos que recibiremos de parte de nuestro enemigo.

Salimos temerosas de lo que puede suceder, temerosas de lo que vendrá.
Nuestra mente comienza a pensar en situaciones contrarias a lo que esperamos que suceda, alimentando así el temor en nuestro corazón.

Lo único que puede derrotar al temor es la fe. 
No fuimos destinadas a luchar nuestras batallas solas y desprotegidas. 
Fuimos diseñadas para vivir en victoria y estar bien equipadas para las batallas que debamos enfrentar. 
Durante esos “momentos de emergencia” difíciles, una mujer victoriosa no se detiene a decirle a Dios cuán grande es su problema. Continúa avanzando, mira al problema a los ojos, sin miedo, y le dice con todas sus fuerzas cuán grande es su Dios. 
Es allí donde debemos tener listo nuestro escudo de la fe.

Usar tu escudo de la fe como una parte habitual de nuestra vivencia diaria no es algo que ocurra de la noche a la mañana, y está muy lejos de ser fácil. 
Pero cuanto más lo usemos, se volverá un acto reflejo. 

Es como entrenar con regularidad. 
Las primeras semanas de correr o de levantar pesas son una tortura. 
Una se levanta adolorida, y existen días en que queremos tirar la toalla. 
Pero cuanto más nos ejercitamos,nuestro cuerpo se vuelve más fuerte y somos capaces de hacerlo con más facilidad. 
Y cuando ni siquiera nos damos cuenta, estaremos corriendo un maratón o levantando pesas muy pesadas como si nada. 

Sin embargo, si dejamos de ser constantes, perseverantes, perderemos todo el progreso alcanzado. 

Lo mismo sucede con nuestro poderoso escudo de la fe. Debemos usarlo a diario para no perderlo.

Algunos días serán más difíciles que otros y necesitaremos más fe. 
Pero una vez que hayamos llevado el escudo de la fe por algún tiempo, escoger la fe antes que el temor, nos resultará más fácil. 
Habremos fortalecido nuestros músculos espirituales, tanto que sostener el escudo de la fe no nos dejará agotadas.

Oremos cada día para que no falte nuestro escudo de la fe.
Los tiempos son difíciles y los ataques de nuestro enemigo se hacen cada día más difíciles de resistir solas.
Pero tenemos la promesa de nuestro Padre Celestial, que si usamos nuestro escudo, no solo resistiremos, sino que nuestro adversario huirá.

Un abrazo enorme a todas y cada una.
Nos leemos pronto. Dios te bendiga mucho.




RECUERDA DIOS TE AMA Y NOSOTRAS TAMBIEN.


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